¡Salud, Pionero!

¿Os he contado alguna vez que durante 2 años fui esclavo de los Bastarre?

¿Y que llegué a tocar, junto a otros cien esclavos, en un baile ceremonial organizado por el mismísimo rey Falesin, Custodio de la Ley y el Orden, Chambelán de los Peregrinos e insigne Senescal del Imperio?

¿No? Pues fue toda una experiencia.

Hará seis años me enrolé en una compañía de aventureros interesada en explorar las ciudades abandonadas de Vajra al oeste del Mar de Oculta. La cosa no acabó bien pues fuimos sorprendidos por una amplia patrulla de elfos bastarre. El combate fue breve y no demasiado heroico, aquellos soldados no tenían piedad y estaban bien entrenados. Sin embargo, tuve suerte, porque mientras que la mayor parte de mis compañeros murió durante la refriega o fue ejecutada después, mis talentos de bardo impresionaron al jefe de la patrulla, que optó por llevarme cargado de cadenas a Zaselsan como esclavo. Una vez allí, fui vendido a un noble cuya función en la corte era proporcionar músicos para que participasen en las ceremonias de la realeza.

El primer año fue bastante insulso, no vi nada más allá de las elegantes pero ya decrépitas cámaras en las que los esclavos ensayabamos de forma machacona las mismas dos sinfonías, hasta que pudiésemos interpretarlas a la perfección. A mi me instruyeron en el arte del cewilth, un pariente del laúd con 16 cuerdas dobles que honestamente espero no volver a tocar jamás. Los maestros eran ancianos elfos, algunos excesivamente ancianos, que parecían existir solo para mantener vivas sus tradiciones, y esclavos que habían aprendido como perros maltratados las lecciones musicales de sus amos. Finalmente, un día fuimos conducidos a una gigantesca cámara de increíble acústica e instalados en una plataforma custodiada por media docena de soldados. Fue ahí donde se nos dijo que debíamos tocar una de las sinfonías que, a esas alturas, ya podíamos tocar dormidos. Se acercaba la ceremonia del Alumbramiento del Mundo, la fecha en la que los bastarre honran la llegada de sus amos a Voldor. Volvimos a ensayar durante varios días, hasta que dio comienzo oficialmente.

La ceremonia fue algo espectacular y bastante triste, os lo aseguro. Cientos de nobles vestidos con ricos ropajes tejidos hace siglos y respetando un protocolo lleno de sutiles desprecios, muchos de ellos viejos y cansados, pero obligados a participar por antiguas leyes y costumbres. Había algunos que ejercían como emisarios del Imperio, representando a ciudades que actualmente sólo son ruinas y polvo. Era la pantomima de un gobierno imperial que cayó hace siglos. Todos ellos se colocaron formando círculos concéntricos, con el mismísimo rey Falesiny la reina Driza dur’Favuz sentados en un trono mecánico en el centro, dominando a todos. El baile fue algo asombroso, los participantes se movían de forma sincronizada, realizando los complicados movimientos a la perfección, con fría precisión. En ellos no había pasión, deleite o disfrute, solo la anquilosada necesidad de ejecutar aquellos movimientos como se había hecho cientos de veces desde hacía miles de años. Sin espacio para la innovación, la felicidad o la improvisación, algo que luego supe que sería visto como una traición a los Peregrinos. Fue hermoso, muy hermoso, pero también frío, con aquellos elfos moviéndose de forma mecánica como si fueran engranajes.

La ceremonia concluyó y pasamos días en aquella cámara, hasta que nos hicieron salir. Pude escaparme semanas después tras una serie de peripecias y traiciones que incluyeron la destrucción de un antiquísimo templo y pactos que desearía poder deshacer. Pero esa historia ya se contará otro día. Una última cosa. Cuidaos de los Bastarre. No siempre van buscando músicos.

 

ERADRIL,

Bardo itinerante y experto en festividades